Somos Aire dentro del Agua...

...y cuando aparecen las burbujas, salen a la superficie los gemidos.

jueves, 7 de enero de 2010

"Se juntaron dos camas y no alcanzaban
para tanto fuego, tanta acción,
tanto descontrol." 

(Sabina y Piazzola, Las Pastillas del Abuelo.)





Descontrol que quedó reflejado en los moretones de mis brazos. Esos, frutos de sus mordidas, escandalizaron a mis padres y, antes, a los pasajeros del subte. Esos que me gustan por el simple hecho de que me recuerdan a él y a esta noche increíble que pasamos juntos.

Hacía ya unos cuántos días que mi excitación iba en aumento, bueno... tres o cuatro, a decir verdad, pero es que mi tolerancia a la calentura es mínima y a veces se vuelve un problema. Esta vez, por suerte, lo vi antes de empezar a desesperarme. Aún así, y muy a mi pesar, la idea no era matarnos en la cama porque la médico de guardia me mandó a hacer reposo.

Sin embargo, después del licuado de duraznos, naranjas y jengibre, y ya en su habitación, detrás de una puerta cerrada los mimos ya no querían ser mimos, las caricias perdían su destino inicial, lamidas y mordiscos acompañaron a los besos. Mi expresión delataba mi calentura, y poco me importaba, y él... es tan fácil calentarlo a él.

Mi lengua recorrió su cuerpo, mis uñas se clavaron en su piernas y en su espalda, escupí en su boca, froté mi cuerpo contra el suyo, mi humedad en su pija. No sé bien en qué momento perdimos el control, no sé en qué momentos mis gritos reemplazaron a los gemidos, no sé cómo es que acabé simplemente por sus dientes en mis brazos.

Si sé, en cambio, que le chupé la pija como nunca hasta ese momento. No tengo palabras realmente para explicar cuánto me gusta hacerlo. Es decir, puedo alcanzar el orgasmo sólo con escucharlo gemir, suspirar por mis labios, por mi lengua recorriéndolo. Puedo y lo hice, reiteradas veces, de hecho, y también cuando besó mi abdomen, cuando lamió y escupió el huequito que se forma por el hueso de mi cadera y que tanto nos gusta.

No sé cuántas veces acabé sin siquiera un dedo adentro. Por su parte, el orgasmo fue increíble. Se le iba desencajando la cara con cada una de mis lamidas en su pija y cada vez que la escupía, sólo para volver a meterla hasta el fondo de mi garganta. Gemía, me insultaba, me amaba, volvía a insultarme, y cuando el cuerpo le temblaba, finalmente llegó. Por primer vez lo escuché gritar... y amé ese instante.